martes, 14 de abril de 2009

Y DIJO EL METRO: ¡MÚSICA, MAESTRO!



Túneles laberínticos bajo tierra, flechas, anuncios y avisos de prohibido fumar; doce líneas cargadas de historias, doce colores que ponen en marcha el quehacer urbano al compás de la música gratuita que emana de sus pasillos. Es el metro de Madrid.

El suburbano, el paraíso anónimo de vidas cruzadas a ritmos desenfrenados. Un entramado de hierro y vida que ha cumplido ya 90 años creciendo de la mano de un Madrid imparable, no sólo como lugar de paso, sino como escenario perfecto de eventos culturales alternativos.
Entrada libre, pero bajo supervisión

Cada amanecer, el metro abre sus puertas con un bostezo e invita a decenas de músicos a bajar las escaleras y buscar el lugar apropiado para poner ritmo a tantas vidas sin nombre. Cada artista tiene una historia y cada uno la transmite en distinto compás, allegro ma non troppo.
La ley en el metro no está nada clara, "los músicos no pueden tocar ni en el andén, ni en el tren, ni en las escaleras, de forma que no interrumpan el paso de los viajeros", aclara el vocal del servicio de información del suburbano, y añade que deben de contar, además, con el beneplácito de los guardias de seguridad y seguir sus indicaciones de ubicación y conducta. Entrada libre, pero bajo supervisión, al contrario que en otros metros como el de Barcelona donde la "Asociación de Músicos de la Calle" sirve como filtro y tiene sitios reservados para los artistas. En la capital, los privilegios los marca el despertador y el respeto mutuo es la mejor ley bajo tierra.
En la estación de Tribunal, María da la bienvenida y dice adiós a los pasajeros de la línea 10, se sienta en una sillita plegable y enchufa su micrófono y su guitarra a su amplificador. Es una trotamundos, una enamorada de la música que vive por y para un sueño: publicar su primera maqueta. "He venido a Madrid porque las grandes ciudades son más receptivas al arte", revela la artista, que también ha estado en Londres y París. Dos jóvenes se acercan y una niña se para en seco frente a ella, no aparta su mirada hasta que María deja en la calle del olvido su interpretación de Los Secretos y su padre la arrastra dejando dos euros y una sonrisa al pie de la artista.

Cuatro escaleras más arriba Sorín Borceta desenfunda su guitarra eléctrica. Es búlgaro y lleva más de siete años en España, huyó de su país en busca de una vida mejor y encontró el metro. Ya es un veterano en el arte de poner ritmo a las aglomeraciones de gente. Le agrada que los viajantes disfruten con su música, sentir que su trabajo sirve para algo. "No me gusta que me den dinero por pena", afirma Sorín.
Este es su día a día, lo que mejor saben hacer, unas veces con sonrisas y atenciones y otras entre autómatas con prisas en un Madrid cosmopólitan donde, en ocasiones, la música se confunde con el taconeo de cientos de pisadas o simplemente se substituye por un mp3.
Pero aunque para unos es una forma de vida, no todo artista lo es a tiempo completo. Al igual que las calles, el metro se llena en horario de ocio y muchos artistas bajan a ganarse un sobresueldo en sus horas libres.
La Seguridad no se preocupa, disfruta con la música y pone fin al concierto cuando suena la alarma. Dicen nunca haber tenido problemas con los artistas, pero una mirada cómplice parece delatar su mentira. No quieren hablar, pero su expresión dice que saben mucho. "Hay de todo, hay de todo" masculla uno de ellos.

Un refugio para la música

El metro de Madrid es un refugio para el arte musical, de forma improvisada o muy planificada, como es el caso del famoso festival anual Metrorock, que presenta la actuación de varios grupos destacados de la escena musical, u otros eventos esporádicos como la pasada "Cumbre flamenca" o el "II Festival de Creadoras en metro". Una vorágine de sentimientos unidos por el arte y diferenciados por el estilo.
Y de repente llega la noche y todo vuelve a su estado inicial, silencioso y solitario, incluso intimidante. Las taquillas se cierran, las luces se apagan y los colores se pierden. El metro duerme hasta el día siguiente, cuando la música será instada a su gustosa vuelta en el suburbano de este pongamos que invivible pero insustituible Madrid.




Miriam Rodríguez Pallares

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